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viernes, 4 de mayo de 2012

Carta a una amada desde el mundo de las sombras


Eres como una predicción de las buenas
Eres como una dosis alta en las venas
Y el deseo gira en espiral
Por que mi amor por ti es total
Y es para siempre
Después de ti la pared
No me faltes nunca
Debajo el asfalto
Y más abajo estaría yo
En un almacén frío e inhóspito reposa el caso de Alejandro Sanmiguel

24 años
Suicidio con arma de fuego
Bala que rebota frente a un espejo, se aloja en su plexo solar, en la parte inferior del hombro.
Muerte por desangramiento.

En la escena se hallan el casquete de la bala, un revólver C50 con cierta antiguedad, esquirlas de espejo, una carta dedicada a la esposa muerta del jóven, un teléfono celular con una llamada de la fecha del incidente.

Carta de Alejandro Sanmiguel para Ella Bonaventura:

Para Ella, que se llevó todo de mí:

Hermosa rosa blanca, te has perdido en el mundo del sueño eterno; tu cuerpo, demacrado por las esquirlas de tu automóvil, yace dormitando en el sueño del que no se despierta. Te arrulla una cuna de tierra que te comió vorazmente.

Jamás tuve nada, tú eras mi todo. La belleza enmarcada en el cuadro de la escena de una película. Esa llamada, esa llamada acabó conmigo.

No he vuelto a hablar con nadie. ¿Qué contar? Mi confidente ya no está. Eras la luz que aclamaba mi voz, y no estás. Mírame, las sustancias que cada día comen un poco de mi alma son las únicas que me hacen perder en un éxtasis de risas y murmullos de seres infrahumanos que me hacen olvidar esta, mi  gran desgracia.

Me haces falta. En la penumbra de mis horas lloro con desasosiego. Me destruyo. Existe El Otro, el que está frente al espejo. Él me grita en mi luto, me dice que no estás, y no quiero creerle. Pero ¿A quién le miento? Tengo que creerle. Amor mío, ¿Cómo seguir mintiéndonos? huiste entre el sonido taciturno de mi voz, mientras yo me perdía en el negro azabache de tu cabello y el calor de tu piel cubierta por el crepúsculo de luz que llueve desde la ventana, y el viento que golpea suave y dulcemente tu rostro.

¿Dónde quedó todo? ¿Qué será de los dos que fuimos uno? ¿Qué será de las noches de juegos, risas y licor que vivíamos a diario? ¿Dónde quedó el arte?Todo se ha perdido. Vuelve a aparecer mi brazo herido, la jeringa, ese blanco polvo mezclado que se disuelve con mi sangre y me devuelve lo que fuí, y luego lo arrebata dejándome desprotegido y hundido en el abismo del que solo tu me puedes sacar.

No se donde estés, no volveremos a vernos. No volveré a verte.  El frío del metal rozando mis dedos, recorro tímidamente el gatillo, ya no estaré más. Tres meses han sido mucho, tu fuiste un todo. 

Le temo a la oscuridad después de ti. No quiero quedar en el mundo vacío sin luz, sin vida.

Vida mia, Ella de mis espíritus, este es el final de todo lo que conozco. 

Con tutto il l'amore nel mio cuore
Para Sebastián: No llores que no sé como calmarte. Creéme, lo intenté.


En el caso Sanmiguel, se toma la declaración del doctor Sebastián Dominguez, testigo directo de los hechos. 

Sebastián estaba aún en shock, recorría la sala con una monotonía que daba escalofríos. Iba de lado a lado, no había soltado el teléfono de sus manos desde que Alejandro hizo disparar el arma.

 Titubeó algo, no podía articular palabra. Ya no podía sostenerse, decide sentarse. Es más fácil contarlo todo. Retiraba ese peso y todo sería más sencillo. Empezó a hablar.




Para leer la declaración que esclarece los hechos deben esperar a mañana en el nuevo post.
Un abrazo fuerte del mismísimo dinosaurio.

Gracias.

La musa que se deshace entre los dedos


Porque mis ojos brillan con tu cara
Y ahora que no te veo
Se apagan...
Elpp

Ella ya no está, y yo tampoco.
-¡Noregreso.a sobredosis, fue un intento de suicidio! Alejandro, Ella ya no está, no está y punto.-
Y punto, y punto...

Retumbaban estas palabras en mi cabeza. Ella se habia ido, me había dejado, y me hacía mucha falta. No fué su culpa, tampoco la mía, de eso estaba muy seguro. Pero Ella no estaba y eso me hacía culpable. Los calmantes ya no funcionan, la necesidad de algo más fuerte.

Sus ojos negros, callados y profundos. La cabellera abundante y suave que me recorre y se acomoda en mi pecho desnudo. La piel blanca y lozana recubierta por un par de lunares que adornaban su rostro. Su sonrisa blanca y pura, la sonrisa de quien conoce la dicha tras la desgracia.  La veo, la veo claramente, aparece de nuevo en mis sueños atormentados por su recuerdo, mis ojos se encharcan.

Es la tercera dosis del día. Mis brazos consumidos, morados y agujerados narran mi desgracia. Dinero que aún sobra, fuelo único que me dejó esa fría noche de mayo, las esquirlas del vidrio por todo su cuerpo, un grave accidente.

De nuevo estoy dormitando sobre el césped del jardín, pensándola. Aún los vecinos no llaman a la policía. 

Ya no queda ni un ápice de alma en este cuerpo. Lo perdí todo. La perdí a ella. Perdí mi rostro de guerrero matutino, el que lucha con nuevas fuerzas cada día. Perdí mi voluntad de hierro.. Perdí mi risa, ella era la única capaz de sacar mis carcajadas socarronas que tanto le gustaban. Perdí a mi musa. 

Es la sexta visita de la semana del terapeuta que envía mi padre, casi a diario. Como si la teryia la trajera de regreso. Este chico cálido y callado tampoco tiene una vida. Llega a diario con su sonrisa quebrantada de quien la repite mecánicamente todas las mañanas. Veía en sus ojos hinchados a quien llora hasta ver las claras luces despertinas, y el amanecer calla sus sollozos.

-Alejo, tu cara resplandece-

Le respondí con un gesto de desdén -no hablo desde el trágico suceso-. Hoy no he consumido, Sebastián lo notó; no estaba en un ataque de euforia desbordada, ni reía a carcajadas burlonas. La tragedia volvía mi rostro de luto esta mañana, sin efectos de alguna sustancia. Se acomodó torpemente en mi sillón. Había muchos dibujos, y ninguno podía definir nada, ya no coordinaba. Nada distinto de cualquier dibujo de un preescolar. Mis ojeras demostraban que acaba de salir de una mala noche, noche de abstinencia.

-¿No has escrito nada?

Negué con la cabeza. Estaba derrotado.

Ya no era un hombre, mi capacidad de ser una persona se desvanecía a diario. La cuchara, el encendedor, la jeringa; repetía mi rutina autodestructiva que me transportaba al mundo de seres infrahumanos que calmaban mi dolor. Se abre la puerta.

Sebastián me halla recostado en el suelo, con una jeringa dispuesta a entrar en mi torrente sanguíneo, corre hacia mi, me agarra muy fuerte de las manos, sin decir mayor cosa que un no, fuerte y claro.

Solté cuantas lágrimas podían salir disparadas de mis ojos, gritaba desesperadamente con aullidos de profundo dolor. Sebastián me levanta y me abraza fuerte. Me ayudó a levantarme, y estuvo allí hasta que adormecí bajo las sábanas. Me había convertido en lo único en la vida de Sebastián, tendriamos tal vez la misma edad. Esta escena de película ocurría cada 4 o 5 días. Al final se sentaba a mi lado y lloraba desconsolado, transucrrían un par de horas y se iba. 

Decidí hacerlo, volví a  inyectarme una vez más. Corrí hacía el baño, era de nuevo él, el del espejo.

-Mírate, ¿Donde quedó el gran artista? Estas demacrado, estas enfermo, eres un adicto, y... ¡Estas solo! Nunca fuiste nada..- Se burlaba, sus carcajadas eran fuertes, crueles y sonoras. Quería acabar con ese que me atormentaba, ya no conmigo, de mí no había nada.

Tomé en mis manos el revólver C50 que mi madre me había heredado y yo conservé por seguridad. Recorrí con el pulgar cada recóndito lugar del arma. Apunté con cuidado, me temblaba la mano derecha. Suena el teléfono. Era Sebastián, necesitaba saber si estaba bien, o por lo menos saber si estaba.

-Ya no estoy-

Le dije mientras alejaba el teléfono. 

Puuummmm.Apreté el gatillo. Sonó un disparo seco. Esquirlas de vidrio en todo el lugar. Negro. Veo a Sebastián llamando a una ambulancia, está temblando. Negro. Mis brazos están muy demacrados por la heroína. Sangre. Negro. Sirenas y luces. La carta bajo las esquirlas. Negro. La carta. Negro. Estoy muy debil. Negro.

Ya no estoy. Aquí Ella no está, yo tampoco. Ni Sebastián. Los más grandes se funden conmigo en este gran mundo de sombras. Nadie es nada en este lugar.


Alejandro Sanmiguel, suicidio con arma de fuego.
La bala rebota y se aloja en su pecho, muerte por desangramiento.
Carta hallada en el lugar del suceso.

Para Ella, quien se llevó todo de mi...



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Saludo especial.

El juego de las máscaras




Ella borra las horas de cada reloj
Y me enseña a pintar transparente el dolor
Con su sonrisa
Y levanta una torre desde el cielo hasta aquí
Me cose unas alas y me ayuda a subir
A toda prisa
La quiero a morir.


Esta corta conversación lo había sacado de control.
Tilín. En el chat se encontraba ella.
Era la persona de sus sueños.
Solo encontraba consuelo bajo su abrazo, una relación enfermiza.

Ambos jugaban en El Juego De Las Máscaras, el juego donde nadie tiene cara, son solo un par de buenas fotos.
Él, no era muy sincero, intentó jugar a dominar. Ella, lo estudiaba, sabía que dominaba, no era la que profesaba ser.

-Hola-
-Hola!-
-Es uno de los mayores placeres saludarle señorita!-

Así solía comenzar sus conversaciones, una frase en verso, que ella idolatraba, llevarle el juego. Él no era tonto, era más astuto de lo que parecía, conocía más que todos. Conoce los riesgos. Sabe que ya cayó, pero aún no quiere irse.

Cómo le gustaba entrar en la mente. Conocía tal vez más que él, no lo amaba, pero no se resistía a dejar ir a su mejor proyecto. No podía negar que su piel se erizaba al darse cuenta de que lo que hacía le causaba el más puro placer.

Ya no dormía, la esperaba, era la única que lograba entender que él era otro ser humano. La soledad lo consumía, supo desde el comienzo que el juego bajo una ilusión más que de papel, tras la pantalla. Ya perdió todo lo que quizo hasta ella. Ya no podía dibujar, no leía más que algún pie de imagen del periódico, y jamás volvió al café donde ella lo conoció.

Ella lo conocía, eso la aterraba. El jóven que con su libro favorito "El Olvido Que Seremos", se sentó como algún anciano transeunte; ella lo ojeó mientras leía el periódico y se dío cuenta de que era él. Alto y su cabello negro como el petróleo, no tendría más de diveinticionco años, y acertaba. Una canción sonó de fondo, se levantó de su silla y huyó entre las sombras del crepúsculo bogotano. Le aterraba saber que jugaba con la vida de una persona, una gran persona; pero simplemente no podía valer tanto.

Van dos días, la espera irritantemente, no aparece por ningún medio. Su necesidad le estaba causando estragos. Cada día su promedio mejoraba, pero no tenía la capacidad de hablar con nadie, al fin y al cabo nadie le llama desde hace un buen tiempo. Ahora lamentaba el juego. No podría ser distinto, ella lo cortaría y será todo. Nunca habia sentido algo por alguien y esta vez no sería distinto. Lo cortaría y eso sería todo.

Van dos semanas, no sale con nadie, no habla con nadie, perdió la totalidad del control de su vida. Ojeras marcaban su rostro, escribe deseperadamente. No la halla entre sus libros, ni en la red. Ha desaparecido. Ha muerto, se fué, y con ella lo poco que qdaba de él.e todo lo que hace ese profundo sentimiento, pero para ella era solo ciencia.

La desesperacion lo carcomía a cada segundo, necesitaba sentirla.Decidío citarla en el mismo café donde ella lo vió, su lugar favorito en el mundo. Pensó que era en vano, tal vez ella ya no esté más y se haya llevado lo poco que queda de él.

Decidió aceptar y presentarse correspondidamente, aclararía todo, y la culpa se iría. Quedaron a las 4:00 pm del día siguiente.

Eran las 3:30, le sudaban las manos. Llevaba el mismo libro que la vez anterior. Pido un latte con doble mocca, igual que siempre, la esperaba con ansias, ya no podía más, ésta era la hora de su vida.

Aún se maquillaba, faltan un par de minutos para verlo, estaba insegura. ¿Y qué tal lo amara a toda prisa?¿Y si le partía el corazón? No sabía que hacer...

Es la hora. Ella ya había llegado, él no la reconocería, y así fué. Ella lo miró al instante y supo que era él. No fué capáz de verlo a los ojos, sabía que cometería el error de su vida hiciera lo que hiciera. No se le acercó.

4:30 ella no aparece, lleva tres cafés, está prevenido a lo peor. Ella jamás vendrá. Su mundo se derrumba a pedazos con cada minuto que pasa. Se resigna mientras ella ve su cara de tristeza y desolación, pero ninguno de los dos decide huir.

-Jóven, ya es hora de cerrar-

Se había quedado dormido esperándola. Y ella seguía mirándolo como nunca antes miró a alguien. 

Emprendió su camino, recogió sus cosas y salió con un paso despistado, había dejado el libro sobre la mesa, era su oportunidad podría acercarce con un pretexto, pero él no prestó atención a su posesión.

-Jóven, dejó su libro.- 
Le dijo mientras se acercó a él con el libro en las manos. Volteó y se dio cuenta de las lágrimas en el rostro del jóven. Se miraron fijamente, pero ella no fué capáz de decir algo, pensó y pensó pero su intelecto no respondía.

-Llevéselo, no me hará falta-

Titubeó algo ininteligible, él le tomó las manos, y le dijo que era su posesión más importante, para la razón de su vivir, y se giró caminando lentamente bajo una lluvia de anochecer y el paisaje de Monserrate en el fondo.

Lloró desconsoladamente hasta que llegó a su apartamento, dejo caerse en el suelo de la entrada, el frío recorría sus huesos. Era ella. Lo había esperado, había asistido. Y mirándola a los ojos, descubrió que aquel fuego era una simple llama vacía. 

La perdió, la amó.

Con amor para los que lo leyeron: Camilo Márquez.
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