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jueves, 20 de agosto de 2015

Deja tu mano allí

Deja tu mano allí, en mi espalda, no me sueltes. No me dejes caer, mi vida está en tus manos.

No hay palabras. No digo nada, no dices nada. El silencio podría cortarnos en dos. Tus ojos, un par de agujeros negros, para perderse en tu indiferencia. Mis manos, torpes y temblorosas quieren destruir el silencio.

Una sonrisa, una mueca, un parpadeo. Nada. Inexpresividad que me ataca. Me siento como un chiquillo asustado ante el plato roto. De mis poros emergen gritos ahogados, que quieren acercarte, que buscan refugio en el calor de tu pecho.

Abro mi mano, esperando algún rocío divino, un chorro helado de vida. Miro hacia arriba. Sigues con tu mirada imperturbable, tus agujeros negros dirigidos hacia mi rostro. Rozas con tus dedos la palma de mi mano, siento mi piel ardiendo, quemándome como la arcilla en el horno. Volviendo frágil toda mi existencia.

Te detienes en las yemas de mis dedos, y acomodas tu mano con la mía. Quiero dirigirte, darte el mando del ritmo de mi respiración. Tu mirada es un reto y es calma. Mi mirada es un límite cruzado. El calor de tu mano me llena de dudas, dudo de la realidad. Momentos pensados, calculados, planeados, de los cuales no soy dueño.

Abro mi boca, un grito atorado entre mi pecho y mi espalda, y tu mano me cubre, manto de prudencia. Tus dedos se alejan de los míos, y la distancia es un abismo. La necesidad de sostenerte, de cuidar tu mirada de los ojos malos, cubrir tu pecho de flechas dirigidas. Un movimiento rápido, prueba de mis reflejos, y me acercó sin querer. La culpa me carcome.

Una sonrisa, la primera. Mis rodillas tiemblan, lo más fuerte es lo más débil. Tu mano repasa mi rostro, mis ojos cerrados, ver por la piel. Te acercas a mi corazón, y notas el pulso disparado, te escucho reír pero tu cara sigue estática.

Sostienes mis manos, y te miro, hacia arriba. Tu aliento me eriza la piel, y la distancia es un imaginario de individualidad.

Un beso, uno. Tus manos calladas recorren mi frígido cuerpo, y se posan en mi espalda como alas. Tu pecho sobre el mío, en un acto de protección, acurrucarme en tus latidos. No te toco, no quiero verme en otra de mis fantasías.

Tus labios se posan sobre los míos. Me siento torpe, como la primera vez. Quiero decirte cuánto te amo. Quiero decirte, con palabras que sólo tú escucharás, lo que tu calor hace en mí. Tu lengua, busca en mi boca miel. Me lleno de tu esencia, ha salido tu lengua de una jaula, y busca lo que la libertad le ofrece. Y sigo estático, congelado. Mis ojos se apagan de a pocos en el éxtasis de ti. Robas mi esencia, tomas de mí eso que sabes que te es guardado con exclusividad.

Abro los ojos, con miedo a la realidad. Y ya no estás. Estoy de pie, mirando hacia arriba, esperándote.

Deja tu mano allí, en mi espalda, no me sueltes. No me dejes caer, mi vida esta en tus manos. Manos de aire, labios de lluvia, y ojos de penumbra.

Lo que se nos escapa

¿Quién le dijo a los sentimientos que fueran tan impuntuales, tan imprecisos?

Me duelen los instantes en los que no tomé tu mano. En los que no dije lo que quería, en los que no pude sostenerte.

Te odio, para entender que lo hago porque te amo más. 

Me canso, pero una fuerza sobrenatural me invade, me invade cuando quiero decir no. 

Me invade cuando quiero soltarte, me invade cuando quiero admitir que me soltaste. 

Y sigo sin saber si amarte tanto es la mejor decisión. 

Sólo sé que lo hago, sólo sé que no lo decido.
Sólo sé que queda el vacío en las palabras, agujeros en los labios y sinsabores en la piel.

Sólo sé que amarte tanto, aún cuando duele más de lo que mis cincuenta y cinco kilos dentro de metro setenta y cinco de estatura logran soportar, es inherente a lo que mi mente abarca.

No olvidé agradecerte antes de que partieras, y me arrepiento, porque así habría algo más que nos atara, algo que nos hiciera vernos de nuevo. 

Y no sé qué duele, pero duele todo.

Y no sé qué falta, pero falta todo. 

Y no sé qué hacer, pero no hago nada.

Noches donde hallé la paz. 

Noches que se van al olvido.

No cambia nada, pero pierdo todo. 

Y no quiero soltarte, porque no te siento consciente. 

Para descubrir que ya te he soltado...

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Textos archivados, dejados en el olvido, que piden ser compartidos.

Deja tu mano allí, en mi espalda, no me sueltes. No me dejes caer, mi vida está en tus manos.

No hay palabras. No digo nada, no dices nada. El silencio podría cortarnos en dos. Tus ojos, un par de agujeros negros, para perderse en tu indiferencia. Mis manos, torpes y temblorosas quieren destruir el silencio.

Una sonrisa, una mueca, un parpadeo. Nada. Inexpresividad que me ataca. Me siento como un chiquillo asustado ante el plato roto. De mis poros emergen gritos ahogados, que quieren acercarte, que buscan refugio en el calor de tu pecho.

Abro mi mano, esperando algún rocío divino, un chorro helado de vida. Miro hacia arriba. Sigues con tu mirada imperturbable, tus agujeros negros dirigidos hacia mi rostro. Rozas con tus dedos la palma de mi mano, siento mi piel ardiendo, quemándome como la arcilla en el horno. Volviendo frágil toda mi existencia.

Te detienes en las yemas de mis dedos, y acomodas tu mano con la mía. Quiero dirigirte, darte el mando del ritmo de mi respiración. Tu mirada es un reto y es calma. Mi mirada es un límite cruzado. El calor de tu mano me llena de dudas, dudo de la realidad. Momentos pensados, calculados, planeados, de los cuales no soy dueño.

Abro mi boca, un grito atorado entre mi pecho y mi espalda, y tu mano me cubre, manto de prudencia. Tus dedos se alejan de los míos, y la distancia es un abismo. La necesidad de sostenerte, de cuidar tu mirada de los ojos malos, cubrir tu pecho de flechas dirigidas. Un movimiento rápido, prueba de mis reflejos, y me acercó sin querer. La culpa me carcome.

Una sonrisa, la primera. Mis rodillas tiemblan, lo más fuerte es lo más débil. Tu mano repasa mi rostro, mis ojos cerrados, ver por la piel. Te acercas a mi corazón, y notas el pulso disparado, te escucho reír pero tu cara sigue estática.

Sostienes mis manos, y te miro, hacia arriba. Tu aliento me eriza la piel, y la distancia es un imaginario de individualidad.

Un beso, uno. Tus manos calladas recorren mi frígido cuerpo, y se posan en mi espalda como alas. Tu pecho sobre el mío, en un acto de protección, acurrucarme en tus latidos. No te toco, no quiero verme en otra de mis fantasías.

Tus labios se posan sobre los míos. Me siento torpe, como la primera vez. Quiero decirte cuánto te amo. Quiero decirte, con palabras que sólo tú escucharás, lo que tu calor hace en mí. Tu lengua, busca en mi boca miel. Me lleno de tu esencia, ha salido tu lengua de una jaula, y busca lo que la libertad le ofrece. Y sigo estático, congelado. Mis ojos se apagan de a pocos en el éxtasis de ti. Robas mi esencia, tomas de mí eso que sabes que te es guardado con exclusividad.

Abro los ojos, con miedo a la realidad. Y ya no estás. Estoy de pie, mirando hacia arriba, esperándote.

Deja tu mano allí, en mi espalda, no me sueltes. No me dejes caer, mi vida esta en tus manos. Manos de aire, labios de lluvia, y ojos de penumbra.

martes, 21 de enero de 2014

Peso y cansancio.

Se quedará sola, lo sabe. Sus ojos grises miran al suelo, contando los pasos que da, caminando en círculos, llevando sobre sus hombros el peso de una vida vacía. Decide cubrir los espejos de su casa, ya no quiere ver en su cara la desdicha, la frustración y la impotencia de sus rasgos simplones y su cara feúcha. Le pesa respirar.

Mira a la ventana, y el cielo resplandeciente le quema los ojos. Su apartamento da a una vía principal, y detalla los carros que se atascan en el tráfico. Una pareja se detiene justo en la mitad del andén frente a su edificio. En sus ojos se percibe esa paz que sólo tienen los enamorados. Observa con detenimiento, y desea lanzar algún objeto que los haga salir de su ensimismamiento, traerlos de vuelta a su realidad. Se siente sola, como nunca. Un frío indescriptible le golpea la nuca. Quiere apagar el sol, y no lo logra.

Decide salir a caminar, beber otra botella de algún licor amargo que la haga sentir viva. Se siente traicionada, defraudada de sí misma, la culpa de saber que se equivocó. No sabe en qué, no sabe cómo, no sabe cuándo. Pero sabe que se equivocó, cuando todo escapó de sus manos.

En un gesto de desesperación, ojea la lista de contactos de su teléfono. Aún conserva los números de teléfono de sus compañeros de oficina. Regresaron a su mente los días que se quedó hasta la madrugada en la oficina. Su horario le exigía estar allí nueve horas al día, y ella pasaba más de trece, en el afán de llenar su cabeza de algo. Y de no llegar a casa, a dormir de un lado de su cama doble, como si alguien fuera a llegar y a recostarse a su lado. Como si alguien quisiera amanecer con ella, y no desaparecer a la hora del desayuno. Ya no tenía trabajo, y el ocio era su único compañero.

Sigue perdida en sus sueños de niña, esperando a que aquel caballero de brillante armadura aparezca ante sus ojos tristes, y le dé un beso que le recuerde que aún siente. Pero no aparece. Y ella ya dejó de buscarlo.

Por lo menos una vez al día piensa en aquel personaje sin rostro. Las ilusiones de los que nunca hemos tenido nada. Piensa en cada uno de ellos, todos los que pasaron por su vida, los muchos, los pocos, los buenos y los malos. Y ya todos se han ido.

Recorre su piel con las yemas de sus dedos, buscando en su cuerpo la respuesta. Sus huesos marcados son lo único que la sostiene. Toma del recipiente otra pastilla, de esas que la hacen seguir. Saldrá, tomará el autobús esperando hallar algo en su camino.

La gente, los mira a todos y a cada uno, esperando encontrar un ligero brillo en sus pupilas que le diga que tiene una esperanza. Y sólo descubre cuerpos cansados de miradas vacías. Igual a la de todos aquellos que la amaron por horas, y la abandonaron sumida en un agujero. 

Yo sólo espero a alguien que me recuerde que el precio de mi piel,; alguien puede decidir estar aquí por su voluntad, algo debe quedar dentro de mí, una llama oculta que pelea por mantenerse viva. Sonríe.

¿En algún lugar estará él, protector, dedicado, con cicatrices, que la espere? Liliana tiene la vida en sus manos, es dueña de los segundos que tiene adelante. Recuerda la primera vez que describió al caballero de brillante armadura. El caballero sin rostro, que daba su vida por ella, que no se iba ante la tempestad, que no conocía sus triunfos, y se maravillaba en sus manías. Aquel que sabía qué hacer.

Se siente vieja, cansada de poner empeño en una vida sin sentido, serie de hechos fortuitos, montaña rusa. Cansada del esperar un día siguiente, que sea bueno, sabiendo de antemano que no lo sería. Cansada de sus planes rotos, de tener en sus manos las cenizas de lo construido por esas mismas manos. Se detalla en el reflejo del vidrio, y su cara no está tan mal, no está igual que ayer.
Su infancia aparece en imágenes recortadas. Su sueño frustrado de aprender a montar una bicicleta, y las compañeras de juegos que nunca tuvo. Su timidez extrema que la hizo permanecer lejos de todo. No tenía buenos recuerdos, de nada.

Se sentía culpable, de haber dejado todo de lado, de no haber puesto suficiente esfuerzo. Sabe que algo le faltó, y no sabe qué es. Y mira de nuevo los rostros de cada pasajero. No recuerda con precisión el momento en que su vida se transformó en esta tragicomedia, de no saber si reír o llorar, o tal vez reír y llorar.

Sólo quiere regresar el tiempo, volver a sus amores juveniles, volver a ese momento en donde todo llevaba un orden. Diez, o quince años tal vez. Y llenarse de esa energía que hoy le faltaba. Mira de nuevo el frasco de sus pastillas y recuerda que debe ir con su médico por una nueva dotación de vida.

Regresa a su casa, con las mejillas húmedas. Se acerca al bar por un trago de escocés. Y mira de reojo su habitación desordenada, y halla a esa mujer de holgado vestido negro que se recuesta en su cama, y le abre los brazos. La soledad la llama a que se acueste. Son las once de la mañana, y su día ya ha terminado.


miércoles, 8 de enero de 2014

CAÍDA

Eduardo no dejaba de mirar por la ventana. La temperatura apenas superaba los cero grados centígrados pero él sentía un calor infernal. Los pequeños vellos que cubrían su pecho descubierto se erizaban con el viento helado que recorría su habitación.

La ventana, qué tentación. Caer, simplemente caer. Dejar de pensar. Aunque sabía que caerse desde esa altura no representaría mayor cosa que un par de huesos rotos y alguna contusión. Gruñó con desdén y colgó de una de sus piernas en el borde de la ventana, mecerse implica caer. Decide no hacerlo, hoy tiene una cita y es descortés llegar tarde.

Elige un suéter de mala gana, y cubre sus hombros con el abrigo Dior Homme que le heredó su padre. Recordaba la asombrosa historia de sus viajes y de cómo había conseguido su preciado abrigo, historia asombrosamente falsa de un abrigo de un par de colecciones anteriores.
Bebe dos tazas de café y un cansancio profundo lo toma por sorpresa. Maldice sus bostezos, el sueño ha sabido llegar después de tantas noches de insomnio. Abre su ordenador con intención de revisar su mail, alguna información adicional sobre quien lo vería hoy. Encima de su ordenador, una cantidad de trozos de papel llenos de apuntes sin sentido aparente lo desespera, necesita organizarlos de alguna forma, o simplemente prenderles fuego para acabar con sus ideas disparejas. Recuerda sus manos, mucho más largas que las suyas. Recuerda cuando husmeaba con su rostro como un cachorro entre sus ocupadas manos. Un suspiro se atraviesa entre su pecho y su espalda.

Decide tomar su automóvil, llegará con anticipación suficiente para conocer con detalle lo que sucederá. Revisa su rostro antes de salir, sus huesos están más marcados y sus ojeras son profundas. Sus ojos marrones se ven más grandes y su cara paliducha lo hacen ver viejo, a pesar de cumplir veinticinco años la semana pasada. Siempre le habían dicho que era atractivo aunque le tuviera cierto desprecio al personaje pintoresco que veía en el espejo día tras día.

Se detiene en el semáforo, enciende un cigarrillo. Cómo se enfadaría su padre, le quitaría el humeante trozo de papel de su boca y lo lanzaría por la ventana. Es más, ni siquiera lo dejaría conducir, le diría que visitara a su terapeuta, y que conociera a alguien más. También él se había ido y Eduardo cumplía su promesa de pensarlo siempre.

En el estacionamiento, una cara hizo que le recordara. Ni siquiera podía seguir fingiendo una sonrisa. Era descortés aparecer con su mal semblante ante un desconocido. Apagó el motor, el cansancio le impedía caminar al ritmo en el que lo haría en cualquier otra ocasión. Solía caminar rápido, sin bastón, soportando el dolor de sus rodillas, evitando a toda costa encontrarse con algún viejo conocido de sus días buenos. En el reflejo del vidrio de su auto, descubrió su cabello alborotado que organizó con su mano izquierda. Tuvo que regresar al auto por su bastón. Sabía que éste no sería un día bueno.

Llegó con más de media hora de anticipación, sin poder escoger alguna buena mesa se ha sentado en la barra. Pidió un vaso de agua, recordando las llaves de su carro en su mano derecha. La hora se acercaba.

Allí estaba, igual a la previa descripción dada por una de sus antiguas amigas. Se arregló un poco el cuello de la camisa, y sonrío. Su asombro lo dejó en silencio, era diferente a la descripción, sus ojos tenían un brillo que no esperaba, y su cabello negro relucía con la iluminación del lugar. Llevaba un sobre de cuero bajo el brazo, y se retiraba los lentes de sol que sostenían su cabello que se notaba recién cortado. También llevaba un abrigo marrón, tal vez un trench de Burberry. Eduardo miraba con detenimiento desde la barra, la forma en como se ubicó en una mesa cercana a él. Decidió alejar la mirada, no quería ser observado husmeando.

Aunque las llaves de su automóvil seguían tintineando, decidió pedir un escocés sencillo y viajaría en metro. Se bajaba de su silla con intención de acercarse, y algo lo detenía. Recordó su cabello rojizo, siempre cubierto con un sombrero, él era el único que podía descubrirlo a su merced. Una tremenda frustración lo invadía, llenando sus ojos de lágrimas. Era descortés no presentarse.

Empeñado en llegar a la mesa, se puso de pie para poder acercarse. El dolor en su rodilla le recordaba su infancia, la quietud era su amiga inseparable. Se esforzó en mantenerse de pie y aproximarse con sagacidad. Ensimismado, sólo pudo caer, su rodilla crujió y el dolor se hizo insoportable. Su cabeza se llenaba de recuerdos borrosos, miraba de reojo a la secuencia de hechos afortunadamente desastrosos que lo que lo tenía sumido en su desgracia. Quería llorar, aún le debía otro mar de lágrimas. La caída lo hizo regresar al día donde le conoció, sintió de nuevo el calor de su mano que lo sostuvo con fuerza pero sin maltratarlo, y su brazo sosteniéndolo para evitar otra caída. Mientras estuvo, nunca había caído.

Con dificultad, y un par de lágrimas, se levantó en silencio. Nadie se acercó, ninguna mano le ayudaría a volver a levantarse. Volvió a su silla, pidió otro escocés, esta vez con hielo, y siguió oculto examinándole. De nuevo quería estar allí, y por lo menos saber de qué se estaba perdiendo.
Se notaba impaciente, buscaba con desesperación algo en su sobre de charol. No se parecía en nada. Su cabello azabache distaba de ser el manojo de mechones rojizos que solía acariciar hasta verle en un sueño profundo. Y sus ojos verdes no eran el marrón donde se perdía por horas. Y su figura delgaducha estaba lejos de la figura de espalda ancha y porte imponente. Sólo quería regresar a su casa, en un intento fallido de regresar el tiempo. Sólo quería verle de nuevo, oírle de nuevo. Así ya no fuera posible.

Decidido, pidió un Martini seco, el trago de su padre. Al primer sorbo entendió por qué se había prohibido beber este cóctel. Recordó las noches heladas donde su padre se recostaba a su lado, dejándolo llorar en silencio, y contándole las historias de su madre, la misma que se había negado a verlo desde hace más de un par de años. Su voz lo tranquilizaba. Tenía que huir, muy descortés de su parte irse sin saludar, pero el cansancio lo vencía. Le pidió al hombre de la barra que le acercara otro Martini seco a quien lo esperaba. Cuando lo recibió, se volteó a ver si era a quien llevaba esperando tanto tiempo pero lo único que pudo ver fue un anciano que de espalda salía del lugar, caminando a paso lento con su bastón negro.

El viento helado le golpeaba la cara, haciéndolo sentir vivo. Decidió hacer un giro inesperado, para encontrarse con el café donde tantas horas había quemado, perdido en ese par de ojos marrones, en alguna conversación sencilla donde hablaban de todo y no hablaban de nada. Pasaba sus manos por su espalda, por su abdomen, por su pecho. Rozó sus labios con sus dedos, recordando sus besos con sabor a anís. Cerró los ojos, esperando que lo tomara por sorpresa. Y nada sucedió, solo el frío de un invierno despiadado. Con fiereza, lanzó su bastón, y siguió caminando.

Paró un taxi, le dio un par de indicaciones y bajó su ventanilla. Perdido en el ruido de una ciudad afanosa de vivir horas como segundos, encendió un cigarrillo, llenándose los pulmones de humo gris, acabándolo en un par de minutos. La cajetilla estaba vacía, y la ansiedad se apoderaba de sus sentidos. Pagó, abrió la puerta y se bajó con delicadeza.

De nuevo el suelo de la calle se hacía cargo de él, y un montículo de cemento lo hizo caer de nuevo. Ya no quería levantarse, no habría ningún motivo para seguir de pie. Ni su padre lo levantaría con un dulce gesto y un beso en su adolorida rodilla, ni vería de nuevo aquellos ojos marrones angustiados por tenerlo de pie, incansables por no verlo caer, nunca. Cierra sus ojos, y siente las pequeñas piedras como una caricia.

Qué ridículo seguir allí, acobardado por el futuro. Decide subir hasta el último piso de su residencia, con la excusa de ver el cielo nublado. El único límite era una pequeña barrera de concreto. Enciende otro cigarrillo, sin darle una calada, aspira el aroma que desprende. Se siente sucio, y lo apaga con fuerza contra el suelo. Sonríe, próximo a una caída donde ya no esperará que alguien lo ayude a levantarse.

jueves, 6 de septiembre de 2012

La chica de la sonrisa efímera.


H15- Portal Tunal
Era hora de iniciar un nuevo día. Aún tenía en mi boca el sabor a Mocaccino y a tabaco mentolado. Mi ánimo no era el mejor de todos. Mis ojos estaban llorosos y mis labios secos del helaje de la mañana. Era hora de iniciar un nuevo día, pero mi cuerpo quería seguir en la cama.
Bogotá es fría, y a veces inhóspita. Pensaba mucho, tanto trabajo por adelantar al llegar a la oficina. Mis zapatos estaban descoloridos y gastados, era hora de unos nuevos. Nadie a quien contarle mis penas. Se abren las puertas de la estación
El articulado estaba totalmente vacío, si contaba más de diez personas, exageraba. Entre las personas hallaba ciertas caras conocidas, y por conocidas no me refiero a nada más que caras desdibujadas en la monotonía de los días, caras de decepción y caras de falsos optimismo, caras malvadas y caras anónimas. Entre esas caras, la vi. Su sonrisa captó mi mirada. Su sonrisa, escalofriante.
Su sonrisa era escalofriante, pero escalofriante no era maléfico. Escalofriante era extraño, esas extrañezas que no suceden. Sus dientes eran blanquecinos, manchados, tal vez por el cigarrillo, o el café. Sus labios estaban delineados con lápiz barato. Su traje, de secretaria, era rojo y desgastado, con un par de agujeros en la parte de la bota. Sus ojos eran de un negro profundo, delineados con una línea gruesa de color marrón.      
Su rostro no era muy distinto de las demás mujeres jóvenes que se dedicaban a este oficio. Algo tenía, un aire tan familiar que se me hacía tétrico, creí conocerla de toda la vida.
PUENTELARGO
Me fijaba fervientemente en su sonrisa, increíblemente no se desvanecía con ningún suceso de su alrededor. Aunque tenía a su disposición la mitad de los asientos disponibles, prefirió permanecer de pie durante todo el trayecto. Su sonrisa traía algo, ese algo me inquietaba.
No podía permanecer quieto. Mis ojos estaban pegados mágicamente a su mirada. Tan profunda, pero tan vacía. No tenía una definición exacta, siempre hallaba una nueva en cada mirada. Su sonrisa no se perdía, quería encontrar en sus gestos una historia, un hilo perdido, una nueva razón para tanta felicidad. O para tanta desgracia
ESCUELA MILITAR
Empecé con una historia:
Ella, tan pura, tan limpia, había cometido el peor error de su vida... ¡No! Su sonrisa no era de un error suyo.
Él la miraba desesperadamente, aún fingían que nada había sucedido. La piel rozándose, los labios juntándose... ¡No! Su sonrisa no era pícara, tampoco de placer exuberante.
Algo le decía que sonriera, así no lo deseara, quería combatir ese sentimiento tan pérfido en su mente. Pero le resultaba imposible, y sólo cedía ante ese malvado impulso... ¡No! Su sonrisa era algo forzada, podía controlarlo de haber sido así...
Sabía lo que había hecho, y lo disfrutaba... ¡No! Ella no era un ser perverso. Era sólo un humano más.
CALLE 76
Se acercaba la hora de alejarme, ya tendría que seguir con mi camino. Seguía pasmado, no podía mover ningún músculo. Un manojo de sentimientos invadían mi cabeza. Frustración de no haber hallado dicha historia. Tristeza por lo que oculta aquella sonrisa. Pena, porque se desvanecía mi instinto. Rabia, contra ese gesto, ese gesto me hacía enojar.
Ya estaba llegando a la estación de Marly, cuando logré huir de mi ensimismamiento. Su sonrisa se había torcido en un gesto escabroso y quejumbrado. Su sonrisa mostró una desgracia mayúscula. Mi asombro era mayor, no podía creer que la inmaculada sonrisa que había visto, tan pura e inamovible, ahora fuera un gesto tan extraño. La sonrisa seguía allí, acompañada de una aterradora mirada perdida.
MARLY
Se abrieron las puertas. La mueca desdibujada no era más que una sonrisa en búsqueda de la ilusión. Me bajo del articulado. Y no salgo del horror.
La sonrisa no es más que un gesto en un proceso de búsqueda. Nada más.

martes, 12 de junio de 2012

Antología de mi soledad.

"El miedo que me da mirar la oscuridad" LODVG
La soledad, define.
Carencia de compañía.
La soledad, defino.
Frío que congela los huesos
Un ser infrahumano que te respira en la nuca
Una sombra gris.

Sentir su abrazo es escalofriante
Sus alaridos erizan la piel
Solo oigo sus chillidos, esperando una voz.

"Cuase after all nothing's indestructible" Madonna
Nada permanece, todo se destruye
Una antología tan extraña pero tan mía.
Seres a mi alrededor
Humanos con sus propias desgracias
Me hundo en el vacío
El silencio se vuelve una fiesta de frases mordaces
Frases que me transportan a un agujero que se abre en el suelo
Agujero de interminable oscuridad

"Quiero sentir algo, y no se por donde empezar, quiero que mi mundo deje de girar" LODVG
Te imagino
Me imagino
La historia puede ser distinta
Mi historia
Nuestra historia.

Te pienso
Te sueño en las noches heladas
Medito en tus ojos puros y piel limpia
Refundo mi existencia en el calor de tu pecho
Quiero fundirme en un abrazo interminable

¿Dónde queda la vida que llevo?
Mi carrera incansable por consumir mi vida en un día
La experiencia almacenada
Los consejos guardados 
Y las palabras no dichas
La soledad, la necesidad

Cuando anochece
Añoro tu brazos
Mirarte a la cara
Iluminar mi sonrisa
Luz de luna
Obituario donde me escapo

Alumbrame en la oscuridad
Luz, eso eres. Luz en mi penumbra
Beso. Uno nada más.
Experiencia de sobra, ruidos extraños en mi cabeza
Respuestas, las busco desesperadamente
Temor, miedo a lo que venga. Miedo a lo que está.
Obtusa, mi vida. Falta de todo

Mi vida, tú.
Alaridos de dolor, ¿dónde estás?
Referencia, te busco y solo en mi razón te encuentro
Quebradizo, mi humor, mi exploración.
Urgente
Encuentro, ¿encuentro?
Zaherida mi alma. Dolor sin fuente.

Facciones que no logro describir
Reacción de indiferencia
Eres, ¿eres?
Indiferencia, apatía, método de defensa.
Respuestas, las busco con todas las fuerzas de mi espíritu
Esperanzas, que ya no quedan...

Esta antología, tan simple y tan propia. 
"Te voy a escribir la canción mas bonita del mundo" LODVG
Te escribo mis memorias
Me deslizo entre las letras
Te escribo esta carta desahuciada
Todas son tuyas, todas para ti.

"Tengo tantas cosas, y ninguna está en su sitio" LODVG
Nada está en su sitio.
Un viejo proverbio sobre cómo olvidar.
La venta está abierta
Se escapa el tiempo sin verte.

"Bienvenido a este lugar, a mi lista de obsesiones, de nombres a olvidar" LODVG
De nombres a olvidar
Le dejaré todo al olvido
He sido algo imprudente
Voy a callarme
Volveré a esconder mis miedos, mis desiluciones, mi caos, mis angustias y desalientos.
Una falsa sonrisa en mi rostro.

Espero tu abrazo, 
Callan mis sollozos en esta mañana de sábado.

"Un café con sal, ganas de llorar" LODVG

Buen día para todos.
Un abrazo,
Camilo.