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viernes, 4 de mayo de 2012

La musa que se deshace entre los dedos


Porque mis ojos brillan con tu cara
Y ahora que no te veo
Se apagan...
Elpp

Ella ya no está, y yo tampoco.
-¡Noregreso.a sobredosis, fue un intento de suicidio! Alejandro, Ella ya no está, no está y punto.-
Y punto, y punto...

Retumbaban estas palabras en mi cabeza. Ella se habia ido, me había dejado, y me hacía mucha falta. No fué su culpa, tampoco la mía, de eso estaba muy seguro. Pero Ella no estaba y eso me hacía culpable. Los calmantes ya no funcionan, la necesidad de algo más fuerte.

Sus ojos negros, callados y profundos. La cabellera abundante y suave que me recorre y se acomoda en mi pecho desnudo. La piel blanca y lozana recubierta por un par de lunares que adornaban su rostro. Su sonrisa blanca y pura, la sonrisa de quien conoce la dicha tras la desgracia.  La veo, la veo claramente, aparece de nuevo en mis sueños atormentados por su recuerdo, mis ojos se encharcan.

Es la tercera dosis del día. Mis brazos consumidos, morados y agujerados narran mi desgracia. Dinero que aún sobra, fuelo único que me dejó esa fría noche de mayo, las esquirlas del vidrio por todo su cuerpo, un grave accidente.

De nuevo estoy dormitando sobre el césped del jardín, pensándola. Aún los vecinos no llaman a la policía. 

Ya no queda ni un ápice de alma en este cuerpo. Lo perdí todo. La perdí a ella. Perdí mi rostro de guerrero matutino, el que lucha con nuevas fuerzas cada día. Perdí mi voluntad de hierro.. Perdí mi risa, ella era la única capaz de sacar mis carcajadas socarronas que tanto le gustaban. Perdí a mi musa. 

Es la sexta visita de la semana del terapeuta que envía mi padre, casi a diario. Como si la teryia la trajera de regreso. Este chico cálido y callado tampoco tiene una vida. Llega a diario con su sonrisa quebrantada de quien la repite mecánicamente todas las mañanas. Veía en sus ojos hinchados a quien llora hasta ver las claras luces despertinas, y el amanecer calla sus sollozos.

-Alejo, tu cara resplandece-

Le respondí con un gesto de desdén -no hablo desde el trágico suceso-. Hoy no he consumido, Sebastián lo notó; no estaba en un ataque de euforia desbordada, ni reía a carcajadas burlonas. La tragedia volvía mi rostro de luto esta mañana, sin efectos de alguna sustancia. Se acomodó torpemente en mi sillón. Había muchos dibujos, y ninguno podía definir nada, ya no coordinaba. Nada distinto de cualquier dibujo de un preescolar. Mis ojeras demostraban que acaba de salir de una mala noche, noche de abstinencia.

-¿No has escrito nada?

Negué con la cabeza. Estaba derrotado.

Ya no era un hombre, mi capacidad de ser una persona se desvanecía a diario. La cuchara, el encendedor, la jeringa; repetía mi rutina autodestructiva que me transportaba al mundo de seres infrahumanos que calmaban mi dolor. Se abre la puerta.

Sebastián me halla recostado en el suelo, con una jeringa dispuesta a entrar en mi torrente sanguíneo, corre hacia mi, me agarra muy fuerte de las manos, sin decir mayor cosa que un no, fuerte y claro.

Solté cuantas lágrimas podían salir disparadas de mis ojos, gritaba desesperadamente con aullidos de profundo dolor. Sebastián me levanta y me abraza fuerte. Me ayudó a levantarme, y estuvo allí hasta que adormecí bajo las sábanas. Me había convertido en lo único en la vida de Sebastián, tendriamos tal vez la misma edad. Esta escena de película ocurría cada 4 o 5 días. Al final se sentaba a mi lado y lloraba desconsolado, transucrrían un par de horas y se iba. 

Decidí hacerlo, volví a  inyectarme una vez más. Corrí hacía el baño, era de nuevo él, el del espejo.

-Mírate, ¿Donde quedó el gran artista? Estas demacrado, estas enfermo, eres un adicto, y... ¡Estas solo! Nunca fuiste nada..- Se burlaba, sus carcajadas eran fuertes, crueles y sonoras. Quería acabar con ese que me atormentaba, ya no conmigo, de mí no había nada.

Tomé en mis manos el revólver C50 que mi madre me había heredado y yo conservé por seguridad. Recorrí con el pulgar cada recóndito lugar del arma. Apunté con cuidado, me temblaba la mano derecha. Suena el teléfono. Era Sebastián, necesitaba saber si estaba bien, o por lo menos saber si estaba.

-Ya no estoy-

Le dije mientras alejaba el teléfono. 

Puuummmm.Apreté el gatillo. Sonó un disparo seco. Esquirlas de vidrio en todo el lugar. Negro. Veo a Sebastián llamando a una ambulancia, está temblando. Negro. Mis brazos están muy demacrados por la heroína. Sangre. Negro. Sirenas y luces. La carta bajo las esquirlas. Negro. La carta. Negro. Estoy muy debil. Negro.

Ya no estoy. Aquí Ella no está, yo tampoco. Ni Sebastián. Los más grandes se funden conmigo en este gran mundo de sombras. Nadie es nada en este lugar.


Alejandro Sanmiguel, suicidio con arma de fuego.
La bala rebota y se aloja en su pecho, muerte por desangramiento.
Carta hallada en el lugar del suceso.

Para Ella, quien se llevó todo de mi...



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Saludo especial.

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