Ella borra las horas de cada relojY me enseña a pintar transparente el dolorCon su sonrisaY levanta una torre desde el cielo hasta aquíMe cose unas alas y me ayuda a subirA toda prisaLa quiero a morir.
Esta corta conversación lo había sacado de control.
Tilín. En el chat se encontraba ella.
Era la persona de sus sueños.
Solo encontraba consuelo bajo su abrazo, una relación enfermiza.
Ambos jugaban en El Juego De Las Máscaras, el juego donde nadie tiene cara, son solo un par de buenas fotos.
Él, no era muy sincero, intentó jugar a dominar. Ella, lo estudiaba, sabía que dominaba, no era la que profesaba ser.
-Hola-
-Hola!-
-Es uno de los mayores placeres saludarle señorita!-
Así solía comenzar sus conversaciones, una frase en verso, que ella idolatraba, llevarle el juego. Él no era tonto, era más astuto de lo que parecía, conocía más que todos. Conoce los riesgos. Sabe que ya cayó, pero aún no quiere irse.
Cómo le gustaba entrar en la mente. Conocía tal vez más que él, no lo amaba, pero no se resistía a dejar ir a su mejor proyecto. No podía negar que su piel se erizaba al darse cuenta de que lo que hacía le causaba el más puro placer.
Ya no dormía, la esperaba, era la única que lograba entender que él era otro ser humano. La soledad lo consumía, supo desde el comienzo que el juego bajo una ilusión más que de papel, tras la pantalla. Ya perdió todo lo que quizo hasta ella. Ya no podía dibujar, no leía más que algún pie de imagen del periódico, y jamás volvió al café donde ella lo conoció.
Ella lo conocía, eso la aterraba. El jóven que con su libro favorito "El Olvido Que Seremos", se sentó como algún anciano transeunte; ella lo ojeó mientras leía el periódico y se dío cuenta de que era él. Alto y su cabello negro como el petróleo, no tendría más de diveinticionco años, y acertaba. Una canción sonó de fondo, se levantó de su silla y huyó entre las sombras del crepúsculo bogotano. Le aterraba saber que jugaba con la vida de una persona, una gran persona; pero simplemente no podía valer tanto.
Van dos días, la espera irritantemente, no aparece por ningún medio. Su necesidad le estaba causando estragos. Cada día su promedio mejoraba, pero no tenía la capacidad de hablar con nadie, al fin y al cabo nadie le llama desde hace un buen tiempo. Ahora lamentaba el juego. No podría ser distinto, ella lo cortaría y será todo. Nunca habia sentido algo por alguien y esta vez no sería distinto. Lo cortaría y eso sería todo.
Van dos semanas, no sale con nadie, no habla con nadie, perdió la totalidad del control de su vida. Ojeras marcaban su rostro, escribe deseperadamente. No la halla entre sus libros, ni en la red. Ha desaparecido. Ha muerto, se fué, y con ella lo poco que qdaba de él.e todo lo que hace ese profundo sentimiento, pero para ella era solo ciencia.
La desesperacion lo carcomía a cada segundo, necesitaba sentirla.Decidío citarla en el mismo café donde ella lo vió, su lugar favorito en el mundo. Pensó que era en vano, tal vez ella ya no esté más y se haya llevado lo poco que queda de él.
Decidió aceptar y presentarse correspondidamente, aclararía todo, y la culpa se iría. Quedaron a las 4:00 pm del día siguiente.
Eran las 3:30, le sudaban las manos. Llevaba el mismo libro que la vez anterior. Pido un latte con doble mocca, igual que siempre, la esperaba con ansias, ya no podía más, ésta era la hora de su vida.
Aún se maquillaba, faltan un par de minutos para verlo, estaba insegura. ¿Y qué tal lo amara a toda prisa?¿Y si le partía el corazón? No sabía que hacer...
Es la hora. Ella ya había llegado, él no la reconocería, y así fué. Ella lo miró al instante y supo que era él. No fué capáz de verlo a los ojos, sabía que cometería el error de su vida hiciera lo que hiciera. No se le acercó.
4:30 ella no aparece, lleva tres cafés, está prevenido a lo peor. Ella jamás vendrá. Su mundo se derrumba a pedazos con cada minuto que pasa. Se resigna mientras ella ve su cara de tristeza y desolación, pero ninguno de los dos decide huir.
-Jóven, ya es hora de cerrar-
Se había quedado dormido esperándola. Y ella seguía mirándolo como nunca antes miró a alguien.
Emprendió su camino, recogió sus cosas y salió con un paso despistado, había dejado el libro sobre la mesa, era su oportunidad podría acercarce con un pretexto, pero él no prestó atención a su posesión.
-Jóven, dejó su libro.-
Le dijo mientras se acercó a él con el libro en las manos. Volteó y se dio cuenta de las lágrimas en el rostro del jóven. Se miraron fijamente, pero ella no fué capáz de decir algo, pensó y pensó pero su intelecto no respondía.
-Llevéselo, no me hará falta-
Titubeó algo ininteligible, él le tomó las manos, y le dijo que era su posesión más importante, para la razón de su vivir, y se giró caminando lentamente bajo una lluvia de anochecer y el paisaje de Monserrate en el fondo.
Lloró desconsoladamente hasta que llegó a su apartamento, dejo caerse en el suelo de la entrada, el frío recorría sus huesos. Era ella. Lo había esperado, había asistido. Y mirándola a los ojos, descubrió que aquel fuego era una simple llama vacía.
La perdió, la amó.
Con amor para los que lo leyeron: Camilo Márquez.
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