Me duelen los instantes en los que no tomé tu mano. En los que no dije lo que quería, en los que no pude sostenerte.
Te odio, para entender que lo hago porque te amo más.
Me canso, pero una fuerza sobrenatural me invade, me invade cuando quiero decir no.
Me invade cuando quiero soltarte, me invade cuando quiero admitir que me soltaste.
Y sigo sin saber si amarte tanto es la mejor decisión.
Sólo sé que lo hago, sólo sé que no lo decido.
Sólo sé que queda el vacío en las palabras, agujeros en los labios y sinsabores en la piel.
Sólo sé que amarte tanto, aún cuando duele más de lo que mis cincuenta y cinco kilos dentro de metro setenta y cinco de estatura logran soportar, es inherente a lo que mi mente abarca.
No olvidé agradecerte antes de que partieras, y me arrepiento, porque así habría algo más que nos atara, algo que nos hiciera vernos de nuevo.
Y no sé qué duele, pero duele todo.
Y no sé qué falta, pero falta todo.
Y no sé qué hacer, pero no hago nada.
Noches donde hallé la paz.
Noches que se van al olvido.
No cambia nada, pero pierdo todo.
Y no quiero soltarte, porque no te siento consciente.
Para descubrir que ya te he soltado...
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